¿Son capaces de imaginar a un pintor —o a un escultor— que no domine las técnicas y herramientas con las que crea su arte y que, sin embargo, haya alcanzado cierto prestigio como artista? ¿Son capaces de imaginar que las obras de ese pintor hayan sido corregidas, rehechas o ampliadas por especialistas que nada tengan de artistas y que, además, permanezcan en el anonimato? Cuesta imaginarlo, ¿verdad? Pues eso precisamente es lo que ocurre en el sector editorial: demasiados escritores...