Otro título polémico, pensarán. Así es. No hay mayor tabú que el de atribuirle a menores de edad, en público, un trastorno psicopático de la personalidad. Pero ya saben que en este espacio se dinamitan los tabúes, pues éstos enturbian el conocimiento e impiden el progreso.
Acontecimientos recientes en las aulas de institutos españoles hacen necesario el desvelamiento de la verdad, de esa realidad oculta a la que, por su insoportable crudeza, la sociedad no tiene acceso. Ya se encargan los veladores de las sociedades modernas de proteger las conciencias vulnerables de los ciudadanos; sus principales instrumentos: el encubrimiento y la tergiversación.
¿Qué idea se ha difundido sobre las causas que llevaron a un alumno del instituto Joan Fuster a asesinar violentamente a uno de sus profesores con un arma blanca y a herir a otras cuatro personas? Pues que el agresor sufrió un brote psicótico. No se ha presentado esta idea a la opinión pública como una hipótesis entre otras, sino como una certeza que no admite alternativas. A pesar de que se ha comprobado que el alumno planificó la brutal agresión, que advirtió a sus compañeros de que la iba a llevar a cabo, que sentía fascinación por la violencia y que fabricó algunas armas; a pesar de esto se ha insistido, desde un principio, en que el alumno sufrió (fíjense en el verbo) un brote psicótico. Poco importa que la literatura clínica haya establecido que los enfermos psicóticos no suelen mostrarse violentos y que solo el 0,05% de los menores de catorce años sufren brotes psicóticos. Esto resulta irrelevante. Al menor le sobrevino un brote psicótico, que de ningún modo se podía prever, y ya está; así que todo el mundo tranquilo en su casa. En definitiva, el agresor es una víctima de su enfermedad; la vida es trágica; qué le vamos a hacer.
Apenas dos meses después del primer asesinato perpetrado por un menor en las aulas españolas, una alumna discapacitada se suicidó. No pudo soportar por más tiempo el acoso y la extorsión a los que, presuntamente, la sometía uno de sus compañeros, que, según los testimonios conocidos, también tenía atemorizados a otros alumnos.
Se trata, ciertamente, de dos ejemplos extremos. Pero la casuística sobre comportamientos antisociales en las aulas españolas es extensa y variada. Y es que debemos cobrar conciencia de que, en una escuela, está representada toda la diversidad de la población humana y, por consiguiente, toda su variedad psicológica. Así pues, inevitablemente hay menores con rasgos de personalidad psicopáticos interactuando con sus congéneres en las aulas; alumnos cuyo desorden no ha sido detectado y mucho menos diagnosticado.
El de la psicopatía infantil-juvenil es un tema controvertido. Se sabe que, en la adolescencia, determinados menores que realmente no son psicópatas pueden mostrar comportamientos objetivamente psicopáticos; se debe a determinados condicionantes externos y a la propia naturaleza inestable del proceso evolutivo previo a la adultez; estos comportamientos psicopáticos desaparecen en la edad adulta. Pero también se sabe que los verdaderos psicópatas, los psicópatas esenciales, tanto los descontrolados como los 'adaptados', lo son desde la infancia. Y despliegan su arsenal psicopático en las aulas, donde agreden, injurian, amenazan, intimidan, extorsionan, calumnian, manipulan (y, excepcionalmente, asesinan) a sus compañeros e, incluso, a sus profesores –neófitos en psicología clínica–, abandonados a su suerte en territorio hostil; despliegan su violencia y no muestran arrepentimiento, ni sentimientos de culpa, ni son capaces de aprender de sus errores y, de este modo, evitar las represalias.
Los que frecuentan este espacio ideológico sabrán que de un tiempo a esta parte he estado estudiando seriamente la psicopatía. Mis estudios, pues, me han permitido identificar con facilidad los comportamientos psicopáticos de los alumnos con los que trabajo a diario. Lamentablemente, no puedo compartir mi conocimiento con el resto de profesores; me tengo que morder la lengua. No puedo decir en una reunión de equipo docente que determinado alumno muestra comportamientos claramente psicopáticos. De ningún modo. Porque, si lo hiciera, el escándalo sería mayúsculo y, ciertamente, de nada serviría señalar esta crucial circunstancia para la comprensión del fenómeno: el del alumno conflictivo que no responde favorablemente a ningún tipo de correctivo. En resumidas cuentas, los psicópatas infantiles o juveniles son aún más invisibles que los adultos.
Este año, por ejemplo, hemos derivado a un aula externa para alumnos problemáticos a un menor de trece años absolutamente incorregible. El muchacho me entregó un día una narración de su puño y letra, escrita en primera persona, en la que el protagonista violaba a sus compañeras de clase. Cuando yo le pedí explicaciones, me dijo sonriente: "Oh, vaya, qué mala persona soy". También me dijo, en otra ocasión, que había agredido a la directora de su antiguo instituto, que había allanado su domicilio y le había robado (meras fabulaciones que el muchacho explicaba con grandilocuencia y satisfacción). Pues ya ven.
Pero quizá les resulte más esclarecedor el siguiente relato de mi infancia:
Estudiaba yo la educación primaria. Tendría unos diez años. Pues bien, llegó un nuevo alumno a la escuela y el primer día, durante el recreo, provocó a uno de mis compañeros y se peleó con él (a puñetazo limpio). Durante las semanas siguientes, amenazó, intimidó y agredió a otros compañeros. Posteriormente, robó del despacho del director los boletines de notas y los quemó, tras lo cual se jactó de haberlos quemado. Lo expulsaron del centro. Entonces se convirtió en un matón de barrio (de mi barrio). Poco después de cumplir la mayoría de edad, mató a una persona con un arma blanca en una discoteca. Y acabó entre rejas. No he vuelto a saber más de sus hazañas psicopáticas.
Abramos los ojos y enfrentémonos al problema invisible de la psicopatía. Por lo pronto, necesitamos un psicólogo clínico en cada instituto. Porque los profesores estamos ciegos y desorientados.
Otros artículos relacionados con la psicopatía en este blog:
1. Los psicópatas que nos rodean
2. Los psicópatas gobiernan el mundo
3. Patócratas
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Andrés Barrera (miércoles, 22 julio 2015 11:58)
A partir de la tercera frase ya me he imaginado que tipo de texto, y de autor, iba a leer. Un vistazo a algunos de sus otros posts, ha reafirmado esa idea inicial. Las contradicciones en las que usted mismo cae y las afirmaciones rotundas que escribe sin darse margen para el error, llegan a asustar. Muestra un perfil de superioridad alarmante, cuando no existe ninguna prueba de esa superioridad más allá de su (hacia usted mismo) dulce opinión. Prueba de ello es su sección de “entrevistas” en este blog, en la que uno esperaba leer y disfrutar de interesantes entrevistas a literatos, políticos, o incluso algún psicólogo de renombre que pudiera reforzar sus elucubraciones. Pero no, esa sección se trata de otra cosa bastante más superflua, en el fondo más dedicada a llenar su ego que a otra cosa ( tal y como la propia cabecera del blog ya me avisaba. Viendo esto me han resultado curiosos sus comentarios acerca de Pablo Iglesias y la inclusión de su cara en el logo de Podemos, parece que comparten más rasgos que una supuesta inteligencia casi mesiánica)
Por no mencionar que para ser profesor de lengua castellana, el uso arbitrario que hace de la recomendación de la RAE sobre el uso de ciertas tildes en algún adverbio y algunos demostrativos, me descoloca y en ocasiones me saca del texto.
Vaya, que un aprobado raspado. Necesita mejorar.
Por cierto, como no frecuento este espacio ideológico, tengo que preguntarle lo siguiente: ¿a qué se refiere con “he estado estudiando seriamente la psicopatía”? ¿En qué consisten esos “estudios”? Eso me ayudaría a poner en perspectiva su frase “me han permitido identificar con facilidad los comportamientos psicopáticos de los alumnos con los que trabajo a diario”?
Por último, estoy tratando de recordar cómo se nombra a la falacia de su penúltimo párrafo, pero no logro recordarla. ¿Sabría decirme cuál es?
Un saludo.
JSC (miércoles, 22 julio 2015 15:18)
Señor Andrés Barrera:
Quizá no ha comprendido usted que debe realizar un comentario sobre el contenido del artículo de cabecera, en lugar de mezclar asuntos que nada tienen que ver con él.
Queda patente que es usted el típico individuo resentido, con baja autoestima, que trata de consolarse rebajando la valía de personas brillantes para equipararla a su propia mediocridad.
Para afirmaciones rotundas y temerarias, las del señor Pablo Iglesias.
Todos los artistas tenemos un ego elevado, gracias al cual muchas personas disfrutan de nuestras creaciones.
El objetivo de la entrevista era dar a conocer la novela La otra vida -que se acababa de publicar- y, por supuesto, a su autor (porque esta es una web de autor). Siento decepcionarlo; de momento no me dedico a entrevistar a otras personas. Quizá le interesen mis críticas literarias.
Sobre mi arbitrariedad en el uso de las tildes de algunos adverbios y demostrativos, no es que sea usted muy preciso, la verdad. Así que difícilmente puedo rebatirle. En cualquier caso, ya sabe que la normativa al respecto ha cambiado. Y no todos los escritores la han acatado. Lo cierto es que, en este sentido, cada uno hace lo que le parece.
Habla de mi superioridad; supongo que se referirá a la intelectual. No es el primero que se interesa por el asunto; le respondo lo mismo que a los demás: los test me sitúan muy al este de la campana de Gauss (realmente siento que eso afecte negativamente a su autoestima). Pero si desea hacerse una idea exacta de cuál es mi capacidad intelectual lo mejor que puede hacer es leer mis libros publicados.
Sobre la psicopatía: estoy escribiendo una novela sobre psicópatas, de modo que previamente he estudiado muy bien la bibliografía especializada (porque yo, convénzase, soy un señor estudioso).
No se moleste en contestar, porque esto no es una conversación entre usted y yo.