La psicopatía siempre me ha interesado, razón por la cual algunos de mis relatos de juventud están protagonizados por psicópatas. Y, desde que concebí la novela que estoy escribiendo a ratos –lentamente, con minuciosidad perfeccionista–, dado que en ella la psicopatía es un tema importante, he tenido que bucear en la bibliografía especializada sobre esta conturbadora patología de la personalidad.
Lo que he constatado tras el estudio es que la psicopatía es un asunto capital de nuestro tiempo: los principales especialistas coinciden en aseverar que buena parte de las personas que diseñan y accionan los engranajes de las sociedades modernas presentan un trastorno psicopático de la personalidad. Se refieren a personas carismáticas, talentosas, que en muchos casos gozan de prestigio y buena reputación; pero que, en esencia, son psicópatas adaptados que explotan las debilidades morales o estructurales de las sociedades modernas para exprimir sus recursos en beneficio propio. Así, el capitalismo y el comunismo, en sus expresiones más feroces, son el producto de la interrelación de numerosos comportamientos individuales de naturaleza psicopática.
Convendría establecer, sintéticamente, el porqué del liderazgo y la ascendencia de los psicópatas en nuestras sociedades.
En primer lugar, el psicópata, en términos darwinianos, es el sujeto más fuerte de la especie humana, el que cuenta con las cualidades biológicas más apropiadas para sobrevivir en entornos hostiles o medrar en entornos altamente competitivos; en suma, en relación con sus pares, con los sujetos normales de la especie, cuenta con ventajas biológicas que lo habilitan para una depredación sistemática y eficiente y, por ende, lo sitúan en la cúspide de la cadena trófica; a saber: enorme locuacidad, capacidad para detectar las debilidades psicológicas de sus semejantes, bajo nivel de ansiedad o ausencia de ansiedad, habilidad para urdir mentiras verosímiles, ausencia de sentimientos de culpa y de remordimientos, férrea determinación (como consecuencia del egocentrismo y del bajo nivel de ansiedad). Así pues, el psicópata que crece en un entorno familiar problemático, alejado de la cultura y de una educación apropiada, desarrolla pronto comportamientos criminales muy graves que activan de inmediato los mecanismos de alerta y defensa de la sociedad en la que vive; y, consecuentemente, en poco tiempo es neutralizado. Ahora bien, el psicópata que crece en un entorno familiar equilibrado y afectivo, que recibe una educación adecuada y que tiene acceso a una buena formación académica, suele convertirse en una persona carismática, en alguien que conoce perfectamente las normas sociales y que es capaz de respetarlas o no de forma selectiva en función de sus intereses particulares; estas personas, en suma, valiéndose de sus ventajas biológicas y de las que les ha proporcionado una educación adecuada persistente en el tiempo, logran construirse una atractiva y confiable máscara tras la que esconden su verdadero rostro psicopático; porque el psicópata sigue siendo un psicópata a pesar de su educación, cultura o inteligencia connatural.
En segundo lugar, los psicópatas alcanzan posiciones de poder porque su verdadera condición resulta invisible a los ojos de la mayoría. En este sentido, la literatura, el cine y la televisión, a partir de una interpretación sesgada y errática del trastorno psicopático de la personalidad por parte de múltiples autores de ficción, han difundido una imagen del perfil psicopático que excluye a la mayoría de los psicópatas reales que medran y manipulan en las sociedades modernas (la imagen del asesino en serie). Como consecuencia, los psicópatas, insisto, son en la actualidad invisibles. Sin pretenderlo, los medios de comunicación de masas les han proporcionado una efectiva cortina de humo. Además, como reconoce el especialista Robert. D. Hare, algunos psicópatas especialmente inteligentes y sofisticados son capaces de convencer a los propios psiquiatras de que son personas normales y valiosas (Hare asegura que a él, a pesar de su experiencia, han logrado engañarlo).
Por tanto, los psicópatas carismáticos logran acceder a las posiciones de poder y, desde sus atalayas, ejercer de forma más o menos evidente, más o menos visceral, su tiranía. Los psicópatas adaptados siempre se mueven muy cerca de esa delgada frontera que separa la legalidad de la ilegalidad, pues es ahí donde se encuentran los mayores beneficios; y, una vez que se sienten impunes e intocables, la traspasan.
Dicho esto, fíjense en el panorama de la España actual: la intensa crisis económica ha sacado a los psicópatas adaptados de sus madrigueras. En la actualidad, desfilan por los juzgados impávidos y arrogantes, contrariados porque se les ha acabado el chollo y, al mismo tiempo, satisfechos de ser el centro de todos los focos. Sus abogados, víctimas del carisma que exudan, alaban la entereza y determinación que muestran, la frialdad y la tranquilidad con las que afrontan la enorme presión judicial y mediática a la que están sometidos, ignorantes de que estas cualidades, en otros contextos dignas de admiración, son una emanación de la psicopatía de sus clientes, incapacitados para la empatía y la confrontación con sentimientos de culpabilidad.
En tanto que los psicópatas adaptados, como todo depredador eficiente, pescan siempre en ríos revueltos, el gran reto al que se enfrenta la confusa y alterada ciudadanía española es el de no elegir a políticos psicópatas para ocupar los cargos de responsabilidad de las instituciones públicas. A algunos de los psicópatas de los partidos viejos ya los tenemos identificados, principalmente porque han delinquido de forma flagrante. Pero ¿dónde están los psicópatas de los partidos nuevos, emergentes? ¿Quiénes son? Porque no lo duden, hay psicópatas carismáticos en las filas de los partidos nuevos; y, como lo que ansían los psicópatas es el poder, estarán muy cerca de la cúpula del partido, o en la propia cúpula. Piensen en los países europeos que, durante el siglo XX, fueron gobernados por un psicópata; piensen en los países hispanoamericanos que, ya en el siglo XXI, están siendo gobernados por psicópatas. Piénsenlo. ¿Son ustedes capaces de identificar a un psicópata carismático?
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Edwin (lunes, 04 mayo 2015 19:31)
Interesante.
XLuis MP (domingo, 16 abril 2023 01:29)
Los asesinos (especialmente los psicópatas, pero todos), los violadores y los pederastas, sería conveniente que no tuviesen hijos, como medida preventiva, aunque no estemos seguros de que sus hijos vayan a salir unos asesinos y/o violadores y/o pederastas, porque influyen otros factores también. Pero la herencia genética y/o cerebral pueden estar ahí. A todos estos hay que estudiarlos bien: sus cerebros, sus genes, sus infancias, sus circunstancias vitales...Y si tienen hijos habría que hacerles un seguimiento desde muy pequeños para asegurarse de que están bien tratados y reciben una buena educación. Y estudiarlos. También a sus nietos...De un modo similar, habría que hacer un seguimiento y estudiar a los hijos, nietos...de los alcohólicos, drogodependientes y psicópatas no asesinos por la predisposición a la violencia que también puedan tener.