De todos los artículos que he publicado hasta ahora, este es el único que no requiere desarrollo. Con el título basta. Un artículo constituido, exclusivamente, por un elocuente titular.
No obstante, desarrollaré un poco la idea ponzoñosa del título, pues, de lo contrario, mis lectores se sentirían defraudados. Y no puede uno permitirse perder a los pocos lectores que tiene.
Pues eso, señoras y señores, escritores inéditos y anónimos, que el mundo de la edición en España es idéntico al de la política: un contubernio de amiguetes. Me lo aseguraba un ex editor de moral distraída hace un par de años, como si me estuviera revelando algo que yo ignorase (será que suelo remozarme el rostro de ingenuidad), como si estuviera invitándome a formar parte del conciliábulo, a aceptar el juego del yo te doy y tú ya me darás, porque yo doy, sí, debido a que otros ya me han dado y seguirán dándome, que si no de qué. ¿Quiere usted ser de la pandilla de amiguetes? Pues aquí tiene el aro; adelante. Pero a mí no me gustan los aros ni las piruetas de circo ni las pandillas de amiguetes. Desafortunadamente, no me gustan.
A otros escritores, en cambio, sí que les agradan los contubernios (si no fuera así, no habría pandillas de amiguetes repartiéndose el pastel del prestigio, de los halagos, de las portadas). Les encanta buscar e interpelar a todo aquel que pueda servirles de mecenas editorial, les encanta bailarles el agua, adularlos, enaltecer sus libros o sus proyectos editoriales; si hay que incluirlos en los agradecimientos de mi primer libro, los incluyo, faltaría más, si he de defender a ultranza lo que dicen o escriben, sin problema, así funcionan las pandillas de amiguetes y a mí me encanta, qué bonito mi libro en tal editorial, en las páginas de Babelia o de El Cultural, mientras otros con más talento que yo están en su casa envueltos en una bata de la que se desprende la pelusa porque no tienen el verdadero talento, el insaciable talento de las lenguas correosas que lamen traseros ajenos, ignorantes, a dónde iréis sin amigos, a ningún sitio, y qué bonito mi libro desfilando por las más lustrosas y reputadas pasarelas.
Si esto fuera un exempla de El libro de Apolonio (no sé muy bien qué es, quizá el vómito de una mañana de domingo en la que la Demencia de Lewi que tengo a mi lado me ha irritado más de la cuenta); si esto fuera un cuento de El conde Lucanor, ahora tocaría escribir una sentencia, que podría ser esta: si deseas publicar tus obras en buenas condiciones, preocúpate no tanto de pulirlas como de arrimarte, adulador, a potenciales benefactores; porque, si así no obras, estás jodido.
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Bienvenido Alonso (domingo, 07 diciembre 2014 15:10)
Tienes toda la razon. Es triste pero en este país y espero que no en todos para triunfar ya sea como escritor como en la mayoría de trabajos, necesitas de buenos contactos,enchufismos y tal.Ya puede ser el mejor en lo tuyo que siempre habrá alguien que le interese que no triunfes para beneficio de otro.
mariano (viernes, 26 diciembre 2014 08:37)
Me apuesto las alforjas de èste, mi valeroso rucio, a que antes de que el alba despertase a los menesterosos, que no serán pocos, tu lengua serìa tambièn, si la fortuna te lo deparase, febril aduladora de los tiranos del papel, cuando a cambio de prometiesen, bajo juramento y notario, el publicarte sin escasas ceremonias.
Menuda es aquesta declaracion...
JSC (viernes, 26 diciembre 2014 12:02)
¿Cómo era el refrán ese del ladrón, señor Mariano?