Reseña literaria: 'Lobisón'

A principios de este año reseñé Los gatos pardos, la extraordinaria novela con la que Ginés Sánchez ganó el IX Premio Tusquets de Novela. Conviene, pues, reseñar ahora su novela anterior, Lobisón, aquella con la que debutó en 2012 y que, injustamente, pasé por alto cuando se publicó. Una obra original y arriesgada que, bajo la luz de Los gatos pardos, no defrauda.

El foco de esta singular y tremebunda narración es Adrián, un adolescente autista que ha heredado una parte de los rasgos ominosos de su padre, el psicópata Zacarías Zárate. Así, Adrián es un adolescente carente de empatía que, aunque no posee una maldad intrínseca como la de su padre, se alimenta de animales vivos y, en suma, se comporta como un depredador tan salvaje y natural como meticuloso. El relato abarca varios periodos de la infancia y adolescencia de Adrián, principalmente su convivencia con el Zacarías Zárate, sin duda crucial; y su convivencia posterior con uno de sus hermanos, Zenón, y la novia de éste, la Choni, que viven en una caravana y se dedican a negocios turbios.

Aunque los propios personajes de este relato envuelvan los sucesos en un halo de superchería, introduciendo justificaciones mágicas o míticas, lo cierto es que esta es una novela de filiación naturalista. Son, estrictamente, el determinismo biológico y el medioambiental los que explican los comportamientos extremos, deshumanizados en ocasiones, de los personajes, así como sus destinos fatídicos. La novela, por tanto, se erige en probeta, en un campo de experimentación que habría entusiasmado al mismísimo Zola. En cualquier caso, el componente mágico que el autor ha introducido sabiamente aporta ambigüedad y, sin duda, es capaz de sugestionar al lector y estimular su imaginación. Así pues, esta combinación de elementos naturalistas y mágicos es uno de los aciertos de la novela.

Otro aspecto en el que la primera obra de Ginés Sánchez destaca es el punto de vista narrativo adoptado. En primer lugar, se ha optado por la voz en primera persona de Adrián, cuyo discurso no tiene una presencia física en el universo de ficción y, además, carece de narratario. Lo que leemos no es algo que haya escrito el personaje, sino un discurso que trata de emular lo que podría haber escrito si Adrián, autista, hubiese decidido contar su historia; pero, si lo hubiera hecho, su relato, con toda seguridad, habría resultado ilegible; de modo que el artificio del discurso presenta un tejido lingüístico defectuoso pero fluido y eficiente, garantizando así la necesaria legibilidad. La voz de Adrián construye oraciones agramaticales, repite fórmulas discursivas bastante toscas, se demora en la referencia de datos irrelevantes, etc., pero cautiva al lector con su excéntrica visión del mundo. En segundo lugar, se ha elegido la voz en primera persona de Zacarías Zárate, recogida en un breve epistolario del que su hijo Celestino es el destinatario. En mi opinión, habría sido mejor construir esta segunda voz mediante un flujo de conciencia, porque las cartas, en combinación con el monólogo de Adrián, desequilibran el efecto discursivo de la novela. En este sentido, habría sido un placer, desde luego, adentrarse directamente en la conciencia de Zacarías Zárate, por ejemplo, mientras observaba a 'la gusana' desde el quicio de la puerta, o mientras perseguía, paranoicamente, al perro negro, el gran símbolo de la novela.

Radical, original y arriesgada, Lobisón fascinará al lector con descarnadas escenas que sintetizan la esencia de un mundo cruento e implacable que los seres humanos, en vano, nos empeñamos en idealizar. Sin duda, el relato horrorizará a los lectores más susceptibles.

Demuestra Ginés Sánchez, con sus dos novelas publicadas, un enorme talento literario y un gran dominio del estilo y de las técnicas narrativas, requisitos sin los que no puede existir un gran escritor, aunque el mercado editorial se afane en hacernos creer lo contrario.

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