Recientemente he reseñado Intemperie, una primera novela que, comparada con muchas de las que se publican en la actualidad, resulta excelente. Escarbando un poco, se le encuentran defectos; pero no cabe duda de que está muy por encima de la media, que merece, en suma, la extraordinaria campaña de promoción que Seix Barral le ha diseñado y toda la atención que hasta ahora ha recibido.
Que una novela primeriza y, además, literariamente exigente haya alcanzado en poco tiempo la sexta edición (y las que le quedan) es un éxito clamoroso. Se desvanece así la idea de que un autor novel no puede conquistar el mercado editorial español con una novela exigente, desprovista de los ingredientes comerciales a los que los lectores convencionales se han acostumbrado. Esta idea ha latido durante mucho tiempo en las mentes conservadoras y asustadizas de los editores españoles, condicionando su labor de prescriptores y adulterando una de sus funciones primordiales: la de contribuir a la construcción de una tradición literaria basada en la excelencia.
Pero ese axioma ya se ha desvanecido. Seix Barral ha demostrado a todo el mundo (y se lo ha demostrado también a sí misma) que, si se lo propone, una editorial influyente puede convertir cualquier libro en un éxito. Aunque se trate de un libro que contravenga todas las leyes del mercado escritas hasta el momento. Si se lo propone, si emplea estratégicamente toda su poderosa influencia, el libro en cuestión triunfará. Intemperie, del desconocido Jesús Carrasco, constituye una prueba irrefutable.
Esto es así porque, aunque parezca lo contrario, en realidad los lectores siempre leen lo que los editores desean que lean. No son los editores los que se adaptan a los gustos y exigencias de los lectores. Antes bien, los editores crean en los lectores unas necesidades específicas para, más tarde, satisfacerlas con unos productos específicos. Así de simple. Los consumidores nunca han sabido lo que quieren. De lo contrario, la publicidad sería improductiva.
Por tanto, los editores españoles deberían mostrarse más arriscados y ambiciosos. Deberían apostar por obras literarias más cuidadas y exigentes que las que suelen publicar (¿no es obvio que nuestra sociedad necesita crecer culturalmente?). Deberían buscar el talento denodadamente y rescatarlo de la miseria. Y después venderlo. Porque se puede vender.
Obviamente, el modelo de promoción que Seix Barral ha escogido para la novela Intemperie tiene una funesta contrapartida, a saber: que, para que un escritor de talento triunfe, obligatoriamente otros escritores de talento tienen que quedarse en la estacada (en estos momentos hay en España escritores de verdadero talento que, a pesar de haberlo intentado persistentemente, todavía no han publicado; y otros escritores de talento que no publicarán jamás). Esta es la esencia del capitalismo.
¿Entonces? Evidentemente, editar y vender libros no es tan sencillo. No hay espacio para todo el mundo. Pero el poco espacio que hay deberían ocuparlo los mejores.
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