Las estadísticas son homogéneas y rotundas: el porcentaje de personas cuya capacidad intelectual se sitúa en una o dos desviaciones por debajo de la media es muy similar al de las personas cuya capacidad intelectual se sitúa una o dos desviaciones por encima de la media. Así, se estima que, aproximadamente, el 15% de las personas tienen bien altas capacidades intelectuales, bien una discapacidad mental leve; asimismo, el 2% presenta un cuadro intelectual de superdotación o, en el otro extremo, una discapacidad moderada o severa.
Así las cosas, en los centros educativos españoles -que son los espacios representativos por excelencia de la diversidad social, cultural e intelectual de nuestro Estado- todos estos perfiles humanos deberían estar convenientemente identificados y, por supuesto, atendidos en función de sus necesidades. Resultaría extraño y perturbador que no fuera así.
Los que pasan buena parte de su vida en un centro educativo podrán corroborar que los alumnos del extremo desfavorecido proliferan; abarrotan las aulas y se multiplican y consumen una cantidad ingente de recursos pedagógicos y humanos (psicólogos, psicopedagogos, profesores de Educación Especial, terapeutas, desdoblamientos, atención individualizada, adaptaciones curriculares, planes individualizados, etc.).
En cuanto a los estudiantes del extremo favorecido, ¿algún docente me puede revelar dónde están? Los he buscado con ahínco durante años y, por sorprendente que les parezca a mis neófitos lectores, no he encontrado ninguno. Alguna vez me ha parecido ver alguno, una especie de sombra espectral. Pero pronto han enmendado mi error de percepción personas más sabias que yo, a las que estoy muy agradecido.
¿No les parece perturbador que los españoles más capaces intelectualmente no estén matriculados en nuestro sistema educativo? Yo, que vivo permanentemente perturbado, he llegado a la conclusión de que todos esos niños, adolescentes y jóvenes estudian en el extranjero. Quizá Estados Unidos se los compra a sus padres cuando, prematuramente, comienzan a gatear y a decir mamá. O tal vez el Estado los envía a la tierra de Obama o a la de Merkel a esa temprana edad con el objetivo de que España no pierda jamás su identidad, es decir, siga siendo, con orgullo, lo que ha sido siempre: un país con pedigrí. Sí, tiene que ser algo de eso. Así que un tirón de orejas para la Administración del Estado español: ya podrían haberme explicado esto cuando estudié el Certificado de Aptitud Pedagógica, porque su negligencia me ha hecho perder mucho tiempo y, además, me ha llevado a hacer el ridículo en varias ocasiones. Como dicen mis alumnos, ya les vale.
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